Soñé que guardaba un cigarrillo en uno de mis bolsillos...


Soñé que guardaba un cigarrillo en uno de mis bolsillos, esperando que no se arrugase. Al despertar, me encontré recostado en la banca de un parque y mi mano tenía aprisionado un papelito arrugado. En su interior, pude leer una dirección.

Era un edificio imponente, con ventanales que reflejaban la ciudad, como si fuera un gran espejo. Toqué el portón que precedía a este y una voz me pidió que alzara la cabeza. Después de ser analizado por una cámara, se me permitió el ingreso.

Me encontré entonces con un gran salón donde una hermosa, muy hermosa mujer, me dijo que pronto me atenderían.

Esperé no más de 10 minutos.

De pronto, una voz estruendosa y profunda, inundó todo el lugar.

—¡Te he estado esperando! Ya era hora de que llegara aquel que va a cambiar mi mundo —dijo, sonriente.
 
"Espera, ¿qué?, pensé al escuchar sus palabras, totalmente confundido".

—Creo que se ha equivocado de persona —le dije, de inmediato.

El hombre, ignorando totalmente mis palabras, prosiguió.

—Pero mírate, estás todo maltrecho. ¡Belinda! —exclamó, refiriéndose a la mujer hermosa, que me observaba a detalle—, ¿dónde lo encontraron?
—En la banca de un parque, señor —respondió.
—¡Ah! Bueno, bueno, al menos ya estás aquí —me dijo y se acercó—. Tengo una misión para ti.
—¿Una misión? ¿De qué se trata?
—Quiero que encuentres algo por mí, un frasco —contó y adivinando mis pensamientos, respondió una pregunta que no había hecho aún—. A cambio, yo te daré todo lo que necesites en el momento en que me lo entregues. Sea lo que sea.
—¿Y si me niego?
—Oh, pero no puedes negarte, eres el que ha sido elegido desde el momento en que el papelito arrugado floreció en tu mano. No hay forma de que puedas escapar de esto.
—¡Patrañas! Estoy seguro que alguien aprovechó que dormía y lo puso ahí.
—¿Seguro? ¿Y qué hacías dormido ahí? ¿Qué era de ti ayer? ¿Cómo te llamas? ¿Puedes recordarlo? Si lo recuerdas, entonces eres libre de marcharte —me retó, satisfecho.

Yo agaché la mirada y traté de recordar, pero fue inútil. Me di cuenta que era un hombre sin un pasado, sin identidad. Mi corazón se detuvo.

—Creo que ya se ha dado cuenta, señor —dijo Belinda, sonriendo.

Testarudo, confundido y rabioso, no dije nada y salí del edificio casi corriendo; entonces sucedió algo: Todo se volvió nublado y mi mente se apagó. De pronto, volví a aquel sueño con el cigarrillo en el bolsillo esperando que no se arrugase.

Abrí los ojos violentamente y me encontré recostado en el césped de un gran campo, con mi mano sosteniendo el mismo papelito arrugado.

—¡Mierda! —rugí.

Estaba atrapado.

Al regresar, Belinda me recibió como antes.

—Por tu conducta, ahora tendrás que esperar —me dijo—. Mi amo ha salido y no sé cuánto se demorará.
—¿Amo? —le pregunté—. ¿Qué es este lugar?
—Es la casa de mi amo. Él me recogió cuando era niña y me volvió su aprendiz. 
—Más bien su criada —dije, como burlándome, pero a ella no le importó, supuse que no era la primera vez que se referían a ella de esa manera—. Por cierto, ¿qué hay de ese frasco? ¿Por qué es tan importante?
—No me corresponde a mí decirlo. En fin, ¿Has podido recordar algo de tu pasado?
Medité nuevamente, pero al final negué con la cabeza.
—Bien, entonces aún hay tiempo.
—¿Esto es un sueño? —pregunté de golpe.
—Podría ser, ¿por qué no intentas aventarte desde el último piso? A lo mejor vueles —me retó.
—No tienes que ser tan ruda...
—Lo soy con las personas descorteces.
—Touché.
—Ah, sí —dijo, como recordando algo—. Mi amo dijo que eras libre de escoger el nombre que quisieras.

Era verdad, no tenía un nombre o si lo tenía, no podía recordarlo.

—Ícaro —dije.
—Excelente decisión —me dijo—. Si te aburre esperar, puedes volver a salir del edificio, pero debo decirte que las personas que salen por segunda vez, no despiertan en lugares “cómodos”.
—¿Ha habido otros como yo?
—Cientos, miles, millones o tal vez ninguno. Quizás eres el primero y todo lo que dije es una mentira. Después de todo, mis conocidos dicen que soy una chica divertida...
—Se nota.
—¿Entonces? ¿Irás a comprobarlo por ti mismo? —me preguntó, de una manera muy inquisitiva.

Si de algo estaba seguro es que en toda mi vida nunca había sido una persona arriesgada, alguien abierto a nuevas experiencias, así que decidí aprovechar esta oportunidad. Salí del edificio y volví a sumergirme en el mismo sueño de siempre.

Esta vez, desperté al lado de un lago apacible.

No supe muy bien dónde me encontraba y tampoco sabría nunca con certeza si lo que Belinda me había dicho era cierto, pero me alegró pensar que a lo mejor fui el único en volver a despertar en un buen lugar, después de un segundo intento.

Así que con el corazón sonriente, volví al edificio.

“Esta es la historia de una pareja de hermanos. Crecieron bajo el seno de una poderosa familia. El hermano mayor heredó la astucia empresarial del padre y el desinterés monetario de la madre; la hermana menor, por el contrario, heredó la ambición y la avaricia del padre, y muy alejada de su figura maternal, también aprendió a ser manipuladora y selectiva.

Años más tarde, el padre murió y solo dejó dos cosas de herencia; su gran fortuna y un frasco que contenía un líquido espeso y brilloso. También dijo que dejaba a su primogénito para que decidiera cuál de los dos hermanos se quedaría con cuál. Sólo había una pequeña condición: 'Que ninguno compartiría lo que le tocó con el otro, de lo contrario se les desheredaría'.

En la parte final del testamento, el finado dejó estas palabras: Confío en que mi hijo tome la más sabia decisión para él y para su hermana.

Al escuchar esto, el hermano mayor pensó que si le dejaba la fortuna a su hermana, esta la derrocharía en un abrir y cerrar de ojos, y no podía dejar que el trabajo de sus padres se esfumara así por así. Entonces decidió quedarse con la fortuna y darle a su hermana el frasco.
Ella, totalmente enojada por esa decisión, tomó lo que le correspondía y desapareció.

Desde ese momento, ambos hermanos no han hablado absolutamente nada.

Con el paso del tiempo, el hermano mayor descubriría que también había heredado una enfermedad mortal y no le tomó mucho para deducir correctamente que el frasco contenía la cura de esta. 

Dispuesto a perder su herencia con tal de salvar su vida, fue en busca de su hermana, pero cuando la halló, esta dijo, a las personas que la encontraron, que no quería saber nada de aquel hermano injusto y caprichoso que la había dejado en la miseria”.

Todo esto me reveló aquel hombre cuando volví al edificio y nos encontramos a solas. Ahora mi misión era visitar a su hermana y apoderarme del frasco que ella guardaba recelosamente en algún lugar de su casa.

—¿Y cómo voy a hacerlo? —le pregunté, luego de oír esa historia.
—Ícaro, Ícaro ¿acaso no es obvio? Vas a matarla, por supuesto —me respondió, con una sonrisa de oreja a oreja.
—¡¿M-matarla?! ¿Y por qué no lo hace usted?

El hombre sonrió, como si no hubiera entendido algo tan simple.

—¡Ay, Ícaro!, otros en tu lugar ya lo hubieran comprendido para ahora. ¿No te has puesto a pensar por qué no puedes salir de este lugar? —me preguntó, animado.

Mis ojos no dudaron en encenderse como los de un niño que está preparado para oír un secreto que ha deseado saber con toda su pequeña alma.

—Yo también estoy atrapado —me confesó—. Al igual que tú, cada vez que intento acercarme a ella, regreso a cierto lugar, es por eso que siempre mandé a otra gente a buscarla. 
—¿Por qué nos pasa eso? —pregunté, sorprendido e interesado.
—Con el tiempo he comprendido que las personas tenemos ciertas cosas que tenemos que cumplir y que de no hacerlo no podremos avanzar; todo esto que te digo es lo mismo a lo que la gente llama “destino”.
—¿No cree que su destino sea morirse?
—Ese es el destino común de todos, Ícaro, pero mientras esté vivo lo daré todo para seguir así. ¿No harías lo mismo en mi lugar?
—Supongo —asentí. 
—Bien. Hagámoslo entonces, toma —me dijo y me entregó un arma de fuego, pequeña, discreta y plateada.
Yo la tomé y la guardé en uno de los bolsillos de mi pantalón.
—Y ahora, ¿hacia dónde tengo que ir?
—A tu destino.
—Me refiero, ¿dónde queda la casa de su hermana?

El hombre soltó una risa.

—Saldrás por aquella puerta —dijo y me indicó una puerta roja de madera—. Después solo sigue a tu corazón. Y recuerda, Ícaro: Destino es destino.

Con esas palabras rondando mi cabeza, me dirigí a la puerta.

“Destino es destino”.

Cuando atravesé la puerta, el mundo se inundó con la canción “He Venido” del grupo Los Zafiros, que sonaba tiernamente una y otra vez, como si Dios la hubiera puesto en reproductor automático.

Me dejé llevar por mi instinto y en media hora estuve parado frente a una pequeña casita, que al igual que el arma que descansaba en mi bolsillo, era discreta y resplandeciente. Cerré los ojos, apagué mi mente y dejé que mi corazón actuara.

Toqué la puerta y al cabo de unos segundos salió una mujer.

—Sí, ¿qué se le ofrece?
—H-he venido a matarla, señora —le dije.
—¡Oh! Muy bien, pase —me invitó y abrió la puerta de par en par.

Y así lo hice.

El interior de la casa estaba totalmente amoblado, era realmente una estancia muy acogedora, tanto que me dio pena pensar que en unos minutos sería el lugar de reposo de un cuerpo inerte. 

La señora me invitó a acomodarme en una pequeña sala con sillones naranjas que combinaban con las cortinas. Después de sentarme en el sillón más amplio, pude notar que una de las esquinas estaba habitada por una chimenea totalmente olvidada.

Alcé la mirada y me encontré con un montón de móviles de madera que dormían en la cabeza de piedra de la chimenea, entonces, atrapado en medio de todo, lo vi. El frasco estaba ahí y su contenido resplandecía como si hubieran atrapado una galaxia fulminante en su interior, pero también me di cuenta que solo la mitad estaba llena.

—Ah, sí, eso es lo que usted viene a buscar —me dijo la señora y mi corazón dio un salto—. El gran frasco que me dejó en la ruina. Supongo que mi hermano le ha contado toda la historia.
—Es por eso que estoy acá.
—Claro, claro... Sabes, hay una parte de la historia que él no sabe, ¿quieres saberla o estás apresurado por acabar conmigo?
—Dígamela, no hay apuro.
—La enfermedad que padecemos con mi hermano fue la misma que mató a mi padre, sólo que la de él estaba ya muy avanzada y necesitaba tomar todo el contenido de la botella para salvarse. Él, mi padre, al final decidió sacrificarse, sabiendo que a nosotros solo nos haría falta tomar la mitad del contenido cuando los síntomas se presentasen por primera vez.
—Pero, tengo entendido que ustedes no podían compartir lo que les tocaba... —interrumpí.
—Sí, pero ahora sé que eso simplemente fue un invento para ver cómo reaccionábamos, una última prueba para ambos, y mi hermano, ¿qué hizo? ¡Nada! Ni siquiera trató de arriesgarse diciendo que fuera lo que fuera, compartiríamos la herencia entre los dos. Simplemente lo tomó todo y me abandonó.
—Ya veo —medité.
—Dicho esto, ¿aún piensa ayudarlo?
—Tengo que hacerlo, es mi destino.
—¡¿Destino?! —espetó y soltó una risa burlona—. ¿Cuántas personas creen que estén destinadas para la misma cosa? Porque déjeme decirle que no es usted el primero que trata de conseguir el frasco.
—Me lo figuraba, pero no tengo otra opción. He intentado tomar otro camino, se lo juro, y no he logrado seguir... Lo siento.
—Eso es poco, casi nada comparado a lo que yo tuve que pasar gracias a la decisión de mi hermano. Si yo le contara mi historia, lloraría como nunca ha llorado… pero no tiene sentido hacerlo.
—Sí, mejor no me lo diga porque no podría entenderlo. Le confieso que yo no tengo un pasado, nada que me ayude a ponerme en su lugar, quizás por eso fui el candidato para hacer esto. 
—Ninguna persona que ha decidido acabar con la vida de otra lo tiene —dijo como si me entendiera muy bien y yo la miré sorprendido—. Hace ya muchos años atrás dejé a una hija que tuve a su suerte, porque yo no podía mantenerla. Sí, así de miserable soy.

Cuando me reveló aquello, yo la miré con más convicción. Estudié su rostro con calma y por eso no tuvo que pasar mucho para saber que Belinda era aquella hija.

—Su hija está bien —le dije y ella me miró de otra forma.
—¿Cómo puedes saber eso?
—S-su hermano la ha adoptado y la ha convertido en su aprendiz.
—¡Tonterías! —exclamó, aunque supe bien que en su corazón se albergó una ilusión.
—Usted misma puede ir a verla. Se llama Belinda.
—Entonces, ¿es el frasco a cambio de mi hija? No puedo creer que haya llegado tan bajo.
—Oh, no, el frasco es a cambio de su vida, pero si le dije esto es como compensación por todo lo que ha pasado.

Ella sonrió.

—Usted es igual que mi padre, ¿sabe? Por eso lo ha escogido mi hermano. Destino es destino, solía decir, no había más. Los otros que han venido, luego de escuchar mi parte de la historia, siempre desistieron y se marcharon, es por eso que he sobrevivido hasta ahora. Pero usted es diferente, tanto que hasta ya se habrá olvidado lo que le prometió mi hermano de tener éxito con su misión.

—Ah, sí, me prometió darme todo lo que necesitase en ese momento.
—Ya veo, en verdad espero lo disfrute cuando lo obtenga. Adelante, dispare, me rindo —dijo.

Asentí y saqué el arma. Apunté a su corazón, di un respiro largo y jalé el gatillo.

...

Después de un sonido hueco como señal de que no lo había conseguido, una voz nos sacó bruscamente de aquel momento.

—Lo siento, Ícaro, yo le quité las balas al arma antes de que se te fuese entregada. De todas formas, no podía dejar que mates a mi madre —dijo Belinda, que había aparecido de la nada.

Ella lo supo desde hacía mucho, después de todo fue una de las personas encargadas de estar al pendiente de que los seleccionados cumplieran con su objetivo. Desde la primera vez que vio a la mujer que estaba siendo investigada, supo que era su madre, es por eso que siempre estuvo alerta por si alguno tratara de acabar con ella. Todas las veces había vaciado el arma antes de que sea entregada y nunca fue descubierta ya que todos, felizmente, habían desistido de acabar con su progenitora.

Después que nos contó esto, como si fuera dueña del lugar y aprovechando mi estado absorto, caminó hacia la chimenea, tomó el frasco, lo abrió y bebió un sorbo del contenido.

—Entonces tú también... —dijo la mujer que estaba frente a mí.
—Sí, pero en menor medida que a ustedes, un sorbo será suficiente para mí.
—¿Qué va a pasar ahora? —interrumpí.
—Supongo que el seguir acá, aún después de no conseguir lo que se te pidió, demuestra que tu destino no era ese o estabas tan poco decidido a disparar que inconscientemente lo cambiaste, a lo mejor hasta lo mejoraste —dijo Belinda y me entregó el frasco—. Ícaro, al parecer eres la prueba tangible de que el destino puede cambiarse.

De pronto, me sentí mareado, cerré los ojos unos segundos.

—¿Ícaro? —pregunté en voz alta. Ese nombre me era indiferente, no era mi nombre—. ¿Te refieres a mí?
—Es el destino que ha cambiado —dijo la señora.

Esa voz se perdió en la inmensidad de la nada y yo me sentí como etéreo hasta que una sensación de ser arrojado a un abismo se apoderó de todo mí ser. Con miedo, abrí los ojos. Un papel doblado había florecido en la palma de una de mis manos. Lo abrí, había una dirección.

—Cuando llegues a esa dirección, tienes que entregar este frasco al hombre que te reciba —me explicó una mujer hermosa, muy hermosa y joven.
—¿Quiénes son ustedes? —pregunté—. ¿Quién soy yo?
—Al parecer ya se ha vuelto otro —dijo una señora—. Eso pasa cuando cambias el curso de las cosas. ¿Estará a salvo?
—Él sí, pero nosotras no. Tenemos que huir, estoy segura que aun así reciba el frasco, no nos dejará en paz —dijo la mujer hermosa—. Durante todos estos años, él ha albergado cierto resentimiento hacia ti y mucho más después de saber que no puede acercarse directamente.
—Me lo figuraba, ¿qué haremos?

La señorita meditó por varios minutos hasta que se decidió.

—Tendremos que cambiar otro destino antes de que podamos partir —le sonrió.

Cuando llegamos a un edificio enorme, la señora con su hija, me dijeron que yo me presentaría por la puerta principal y que ellas lo harían por otra, (más secreta); que nos encontraríamos en el interior del primer salón. Antes de llegar también me confesaron sus planes para cuando estuviéramos presentes, delante del dueño de aquella gran residencia.
 
—¿Están seguras que eso funcionará? —les pregunté.
—Ícaro —me dijo la más joven; me había dado ese nombre ya que no podía recordar el mío—, tú has probado que el destino es moldeable. No tienes por qué temer, nosotras estaremos contigo.

Dicha estas palabras, me puse delante de la gran puerta principal y fui escaneado por una cámara. Después, se me fue permitida la entrada.

—Bienvenido, Ícaro —me dijo un hombre, como si me conociera de toda la vida—. ¿Lo has conseguido?
—Ah, ¿se refiere a esto? —dije, mostrándole el frasco.
—¡Sí! —dijo y sus ojos se encendieron a más no poder—. ¿La has matado? —me preguntó con recelo.
—Por supuesto, ¿esa no era mi misión? —mentí. 
—Lo era, pero pensé que quizás podrías haberla persuadido.
—Ella estaba lista para morir —le comenté y él me miró con cierta desconfianza—. ¿Debería haberle traído su cabeza muerta en bandeja de plata?
—No, claro que no —contestó—. Igual tienes el frasco contigo, y eso es ahora lo único que me importa. Vamos, entrégamelo... —dijo y se acercó a mí.
—Antes que nada, usted dijo que me daría lo que necesitase. ¿Se acuerda de eso?
—Claro, claro… —dijo con descuido—. ¿Qué es lo que quieres?
—Toda su fortuna —le respondí.
—¡¿Qué?!
—Como oye, quiero toda su fortuna a cambio del frasco.
—Vamos, sé más justo. Aparte que me has traído el frasco con casi un poquito menos de la mitad del contenido.
—Sabe bien que eso es más que suficiente para eliminar la enfermedad que yace dentro de usted. Entonces —tomé una bocanada de aire—, ¿qué es más preciado para usted? ¿Su vida o su fortuna?

El hombre me miró irritado y se quedó en silencio hasta que sonrió.

—Ellas están aquí, ¿verdad?
—¿Qué? ¿Quiénes?
—No te hagas al tonto, tú sabes muy bien de quiénes hablo.
—No, no lo sé...
—¡Pensaron que podían engañarme! —exclamó mirando alrededor del salón—. Apuesto que hasta el contenido de ese frasco que tienes ahí es falso, a lo mejor un veneno.
—Señor, el frasco es legítimo.
—¡No te creo! ¡Has sido corrompido como los otros!
—Pues deberías creerle —dijo la señora, que entró por una puerta de madera roja—. El frasco y su contenido son verdaderos.
—¡Tú! —dijo el hombre furioso y corrió hacia ella, con intención de matarla.
—¡Hazlo ahora, Ícaro! —gritó Belinda, que apareció por otra dirección.

El hombre, al oír esa indicación, se detuvo y volteó la mirada.
Yo, como se me había indicado con anterioridad, abrí el frasco y me tomé todo el contenido.

—¡¡NOOOO!! —exclamó el hombre y se desvaneció en el suelo.

De la nada, yo comencé a sentirme mareado y también caí. Lo último que pude percatarme fue a la señora que se había acercado al hombre, diciéndole estas palabras: “Descuida, ahora serás alguien bondadoso y digno de cargar con el nombre de nuestro padre”.

La mente se me oscureció y me olvidé de todo hasta que comencé a soñar con algo que no me había dejado en paz desde hacía mucho: Un hombre con un cigarrillo que lo guardaba recelosamente en uno de los bolsillos de su pantalón, esperando que no se arrugase.



Cuando desperté, me encontré recostado en uno de los sillones del salón del edificio donde vivía. Encontré a mi hermana y a su hija, a quien había protegido durante muchos años, sentadas a mi lado. Al verme despertar, sonrieron.

—¿Qué pasó? ¿Carmen? ¿Cómo es que estás acá? —le pregunté a mi hermana.
—Tú mandaste a un héroe por mí, para que te trajera la medicina. Ahora estás a salvo —me dijo mi hermana.
—Sí, tío, ya todo ha terminado —me dijo su hija.
—¿Héroe? —pregunté y entonces lo recordé—. Sí, sí, ¿dónde está él?
—Justo ahora está despertando —dijo mi hermana—. Míralo, lo tienes al frente tuyo.

No pasó mucho para que lo reconociera, era el hombre con el que había estado soñando con anterioridad y al que había mandado a buscar por toda la ciudad, porque algo dentro de mí me había dicho que sería él quien cambiara mi vida; me alegré al no estar equivocado.

—¿Se encuentra bien, amigo? —le pregunté.
—S-sí, ¿qué ha pasado? 
—¡Me ha salvado usted! ¿No lo recuerda? —pregunté y él asintió, aunque había mucha confusión en su mirada—. Y como lo prometí, le daré lo que usted necesite.
—Ahora sólo necesito un cigarrillo, para que me ayude a ordenar mis ideas.

Busqué en el bolsillo interno de mi saco y saqué una cajetilla de cigarros.

—Tómelos —le dije y recordando mis sueños, agregué: Llévese también la cajetilla, así no se le arrugan si se los guarda en el bolsillo.

Él héroe abrió los ojos como si de pronto hubiera adivinado sus pensamientos más secretos, me miró con agradecimiento y me sonrió. Se levantó del mueble donde había estado recostado, tomó la cajetilla de cigarrillos, sacó uno y le ayudé a encenderlo. Después guardó el resto en uno de sus bolsillos, con la seguridad de que por nada del mundo se arrugarían.

—¿Necesita algo más? —le preguntó mi hermana.
—No, no se preocupe, pero tengo que irme.
—¿Tan pronto? —le preguntó Belinda.
—Sí, es que saben, tengo la sensación de que hay un destino que me está esperando —dijo.

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