Mira, ahora me doy un baño a las tres...

Mira, ahora me doy un baño a las tres y ya no paso al trabajo a recoger los pendientes. En cambio, tomo unas hojas cuadriculadas y les pego pétalos.

Para las cinco ya tengo un jardín eterno en la ventana mientras que en la repisa, tus pestañas, las palabras que olvidaste y los juegos de la media tarde aún te aclaman.

A las siete me detengo a pensar y siento que la lluvia curará todo lo que añoro, y el recuerdo de mis manos recorriendo tus cabellos será suficiente para acompañar a las primeras estrellas que tiritan bajo la suavidad de un cielo que parece indoloro.

Entenderás que para las nueve ya sé de todo un poco. He descifrado esos relojes que no avanzan cuando te lloro y he descubierto palabras de amor sobre zapatos poco ruidosos.

La paz de la noche se estacionará en los faroles naranjas y mi corazón, que ya has olvidado, no dudará en maullar junto con todos los gatos celosos.

A las once, y con las pupilas fugaces, empiezo a comprenderlo todo. Entonces te invoco con ese mismo pretexto extraño, con estas paredes rotas que no entienden este amor raro, con estos números impares que tratan de refugiarse en tus manos y con este fulgor marchito que ya no quiere latir con tus ojos lejanos.

Ahora tenerte en mis sueños será la única dicha y mi eterno consuelo por esta y todas las noches.

La una, la hora pálida de Endymion ha alcanzado su momento y sólo me queda cerrar los ojos y proyectar tu risa con el pensamiento.

Es cierto, ya no estás conmigo, pero debo aclarar que tu despedida aún brilla en la puerta por la que saliste para no volver...

Los libros y la luna me acompañan y pienso que quizás a lo mejor ya no estoy tan solo pues, casi sin saberlo, he aprendido a quererte de esa forma onírica sacada de otro tiempo.

¿No te lo han dicho ya?

Verás, ahora te quiero así... con tan solo el recuerdo que me ayuda a ya no sentirte lejos y con estos relojes amigos que, por si vuelves, guardan para ti en sus segundos cada uno de mis infinitos sentimientos.